Resulta ser que el pobre George Washington no tenía dientes propios que mostrar; los que lucía eran prestados y no siempre estaban a la altura de las circunstancias para su exhibición pública.
Las desventuras dentales de Washington comenzaron a precoz edad, cuando con 22 años derrotó a los franceses en Duquesne. Esa victoria fue acompañada por su primer extravío odontológico; de allí en más continuó la progresiva pérdida de sus incisivos, caninos y molares hasta 1796, cuando cedió su último baluarte, un premolar inferior que hoy se atesora en la Academia de Medicina de New York.
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